Desde el principio hemos apostado por la novedad y la fuerza de la huelga feminista. Sin embargo, tres años después de su inicio, su capacidad expansiva continúa sorprendiéndonos y entusiasmándonos. Las mujeres, desde los Estados Unidos hasta México y Bangladesh, son protagonistas de luchas salariales que, gracias a su impulso, han recuperado fuerza. Las protestas contra la violencia masculina y el acoso, como las que surgieron en China y Corea del Sur, se han abierto paso en la visibilidad global del movimiento feminista. Siempre hay nuevos países se unen al proceso de organización del 8 de marzo. En algunos casos, como en Bulgaria, la huelga aún no está en la agenda, pero bajo su presión el espacio está ampliándose para desafiar la combinación de recortes en la asistencia social sumados a la precarización, el racismo institucional y la ideología de familia que caracteriza las políticas del gobierno. En otros casos, como en Alemania, el 8 de marzo está convirtiéndose en una oportunidad para repropiarse de la huelga política que la ley obstaculiza y penaliza. En Turquía, la huelga del 8 de marzo conectará la protesta contra el autoritarismo de Erdogan, con las luchas de las trabajadoras de Yves Rocher y las de las mujeres migrantes, cuya explotación se ve intensificada por los nefastos acuerdos de expulsión y devolución de migrantes entre el gobierno turco y la Unión Europea. El movimiento de la huelga feminista es todo esto. Lo vemos en sus manifestaciones masivas en las calles de América del Sur, en España o en Italia, pero también en los brotes de rebelión que ocurren inesperadamente en todo el mundo. El rechazo a la violencia masculina por parte de las mujeres ha producido una ruptura y ha llamado a la red a quienes ya no están dispuestos a soportar la miseria del presente. Este es un frente complejo, obviamente muy diverso, y en esto consiste su inestimable riqueza pero también el desafío organizativo que el movimiento de la huelga feminista enfrenta no solamente en sus diferentes experiencias nacionales, como la de Non Una Di meno en Italia, sino también a la luz de su incuestionable proyección transnacional.
A finales de enero, algunos activistas de Chile, Argentina, Nicaragua, Turquía, Italia, España, Alemania y Francia han participado en el V Encuentro Estatal de la Comisión Española para el 8 de marzo. Las activistas de varios países también se harán presente en la asamblea y las protestas que está organizando Non Una di Meno como respuesta al encuentro mundial del movimiento por la vida que tendrá lugar en Verona del 29 al 31 de marzo. Estos son sólo dos de los ejemplos más cercanos respecto de la ambición de construir una comunicación directa entre experiencias, discursos y reivindicaciones que encuentran su fuerza en el movimiento de la huelga feminista. Queremos partir de esta ambición, sabiendo que el problema de la organización no puede reducirse a la puesta en red de diferentes realidades nacionales. Incluso cuando no se está directamente en comunicación con aquellas que, en docenas de países, están preparando la huelga del 8 de marzo, incluso cuando es desencadenada por batallas locales y específicas, cada insurgencia de la huelga feminista es parte de un movimiento transnacional de revuelta contra procesos de opresión y explotación que son, en sí mismos, transnacionales. Precisamente porque hace de la sociedad mundo su campo de batalla, la huelga feminista se desarrolla en un terreno que se opone directamente a las diversas manifestaciones del soberanismo y del populismo del capital, contrastándose con el plan político nacional que estos pretenden imponer.
La huelga feminista es la poderosa expresión de un movimiento transnacional que subvierte el terreno global de la opresión, para también combatir sus manifestaciones locales o nacionales.
Esta realidad transnacional ya está presente – al menos en esta parte del mundo – aunque ninguna asamblea la haya traducido en un proyecto organizativo. Sabemos que cada país tiene sus propias leyes que regulan las vías de salida de la violencia, el aborto y las relaciones familiares, que gobiernan y limitan la libertad de movimiento, el trabajo precarizado y la vida, que destruyen y privatizan la asistencia social, que atacan los salarios. En todos los países – como lo hace Non Una di Meno en Italia – el movimiento feminista propone plataformas de agitación y reivindicación dirigidas a contrarrestar las políticas reaccionarias puestas en marcha por los Estados para reprimir el reclamo de libertad promovido por las mujeres, los migrantes y los trabajadores precarizados de cualquier tipo. A pesar de la especificidad nacional, estas políticas están unidas por la acción simultánea del patriarcado, el neoliberalismo y el racismo. Este es la partitura que la Unión Europea está siguiendo incluso cuando se produce una profunda disonancia entre sus Estados, y cuyas notas resuenan en todo el mundo.
Por lo tanto, más allá de las plataformas de reivindicaciones nacionales, es la huelga feminista el proceso político que, cruzando las fronteras, revela constantemente la imposibilidad de atacar el concierto de opresión y explotación a nivel exclusivamente nacional o de áreas geográficas limitadas. La centralidad que la huelga feminista asigna al trabajo reproductivo no se limita a hacer que el espacio doméstico sea político, sino que reconoce que es un espacio transnacional, en el que la movilidad practicada por las mujeres migrantes es puesta al servicio de la división sexual del trabajo y de la privatización de la asistencia social que apoyan la acumulación contemporánea de capital. Las leyes nacionales más avanzadas en favor de las mujeres que eligen denunciar la violencia sufrida por sus parejas nunca serán suficientes para contrarrestar la dimensión social de la violencia patriarcal, en virtud de la cual cualquier violación cometida en un campo de refugiados en Libia o cerca de una maquiladora mexicana, se legitima a nivel global con la idea de que el cuerpo de las mujeres es un objeto completamente disponible. La victoria del referéndum sobre el aborto en Irlanda ha sido fundamental para todas, pero no puede por sí sola subvertir la identificación entre mujer y madre, que las políticas reaccionarias están tratando de imponer en cualquier parte del mundo. La declaración de paridad salarial en Finlandia es una medida simbólicamente relevante también en el resto de Europa, pero no promete la emancipación de la pobreza impuesta a través de la explotación, ni podrá revertir la tendencia global a pagar menos a las mujeres que a los hombres hasta que los acosos, el racismo y la división sexual del trabajo las obligará a ingresar al trabajo asalariado en una posición de subordinación. Por otro lado, la dificultad de los Estados para ofrecer respuestas adecuadas a las demandas del movimiento feminista es evidente cuando se convierten – independientemente del color del gobierno – en los instrumentos de aplicación local de las políticas patriarcales, neoliberales y racistas globales. La vieja idea de que las luchas nacionales pueden servir como un banco para otras luchas nacionales debe ser reemplazada por la conciencia de que la proyección transnacional de la huelga feminista impone un nuevo terreno de conexión entre las luchas en vista de su intensificación y multiplicación.
Practicar la política transnacional de la huelga feminista significa revelar y combatir la acción sistemática de diferentes formas de dominación social. Con la huelga, las mujeres han hecho evidente en todas partes del mundo que la violencia patriarcal es el pilar de una sociedad global que explota, oprime y mata millones de personas en los hogares, en las fábricas, en las calles, en las fronteras. La huelga feminista muestra que no es posible liberarse del patriarcado sin luchar simultáneamente contra el capital; que el acoso y la violencia sexual sirven para producir trabajadoras precarizadas y obligadas dentro la división sexual del trabajo; que las limitaciones de la libertad sexual y de movimiento alimentan jerarquías que intensifican la explotación; que no es posible luchar contra la violencia masculina sin tener en cuenta que la violencia afecta de diferentes maneras según el color de piel, la posesión de un permiso de residencia, o el dinero que se tiene en el bolsillo. Al combatir la acción simultánea del patriarcado, del neoliberalismo y del racismo, la huelga feminista traza una línea: ponerse del lado de los que luchan contra la violencia de la sociedad global o del lado de los que explotan, oprimen y matan. La novedad de la huelga feminista no consiste únicamente en haber demostrado la importancia del trabajo reproductivo y de cuidado en la reproducción de la sociedad, y tampoco en la multiplicación de sus insurgencias locales.
La novedad de la huelga feminista reside en su capacidad para producir una ruptura que conecta.
Precisamente porque arremete contra las jerarquías utilizadas por el capital global, la huelga feminista no puede ser, y nunca ha sido, una huelga separatista y, por lo tanto, tampoco la expresión de una política de identidad. La pregunta – que continúa siendo debatida dentro de nuestro movimiento, como ocurrió recientemente durante el Encuentro Estatal en Valencia y la asamblea argentina para el lanzamiento del 8 de marzo – no es solo teórica, ni se limita a la comparación con las prácticas históricas de la tradición feminista. Afirmar una huelga de las mujeres ha significado desde el principio afirmar una fuerza colectiva capaz de parar el mundo. Esto fue anunciado por el grito si nuestras vidas no valen, ¡produzcan sin nosotras! lanzado hace tres años por las compañeras argentinas y resonó globalmente en el proceso que mantiene unidos los eventos del 8 de marzo. En este grito se ha expresado la exigencia de afirmar políticamente el rechazo de una posición específica y diferente contra todo el orden de la sociedad, de afirmarse como la parte capaz de interrumpir su reproducción general. Precisamente por esta razón, la huelga feminista permite una toma de posición que involucra a diferentes sujetos. Esta participación no puede simplemente describirse como una multiplicación de las identidades que paran, como una práctica de solidaridad entre categorías “feminizadas” o definidas exclusivamente por la propia sexualidad, ni como una suma o intersección improbable de todas las opresiones y sus reivindicaciones. La huelga feminista da voz al rechazo de las identidades y posiciones sociales impuestas por el patriarcado, el racismo y el capital global y de este modo impone la transformación de quien lo practica. Si no es posible combatir la violencia patriarcal sin combatir al mismo tiempo el racismo y el capital global, es igualmente cierto que ninguna política antirracista y ninguna lucha contra la explotación pueden ignorar el grito feminista de la libertad.
Si el 8 de marzo han parado y también pararán los hombres, si se alinean y también se alinearán las organizaciones tradicionales que hasta ahora no han dado voz a las demandas feministas – como sucedió en España en la formidable huelga de los cinco millones el año pasado -, esto no es un signo de debilidad, de rendición a la política masculina o de neutralización de aquella feminista, sino de una fuerza. Precisamente porque afirma una política de ruptura, la huelga feminista modifica las tradiciones, desencadena conexiones inesperadas y por ello transforma a quienes la practican, como lo demuestran todas las trabajadoras y los trabajadores, delegados y delegadas que, a pesar y en contra de las indicaciones de los aparatos sindicales a los cuales están afiliados, apoyan y organizan la huelga del 8 de marzo.
La huelga feminista no es simplemente la suma o la coalición contingente de grupos, instancias, prácticas y consignas, ni de varios movimientos nacionales. Ella nos permite repensarlos a todos, releer cada especificidad local dentro de los procesos que la producen y que la colocan en las cadenas globales de explotación y cuidado, sobre todo a partir de la fuerza del movimiento que pretende romper esas cadenas. Por esta razón, la huelga feminista es una oportunidad para repensar la iniciativa política desde la perspectiva transnacional de este movimiento y fortalecerla. Una asamblea transnacional del movimiento feminista debería poder, después del 8 de marzo, aprovechar esta oportunidad dando un paso adelante. Bajo la presión del movimiento real que está transformando el estado presente de las cosas, podemos aspirar a lograr algo más que el encuentro de experiencias singulares, plataformas y demandas nacionales.
Podemos aspirar a profundizar la ruptura de las relaciones que nos oprimen, consolidando nuestras conexiones políticas transnacionales para un proyecto de liberación permanente.